La fotografía de un anónimo enfermo mental al que encontraron robando vasos funerarios en un cementerio de Barcelona, y dice no recordar nada de su pasado, llega en 1952 a las páginas del periódico La Vanguardia, para que el sujeto pueda ser identificado. La señora Bruch reconoce en la fotografía a su marido, el ilustre escritor falangista Ramón Bruch, desaparecido en plena campaña de la División Azul en Rusia. Al mismo tiempo, otra mujer lo reconoce como el tipógrafo Claudio Nart, antiguo anarquista, extorsionador y ladrón. A partir de este equívoco, el astuto desmemoriado va a establecer un juego de intereses y sospechas que, implicando al lector, y con la complicidad del autor, conforman un relato inquietante en torno al tema de la identidad imposible. Por supuesto, el tema es un hecho real, el caso Carlla-Bruneri, que sacudió a la Italia de los años veinte y dividió al país en partidarios de una u otra de las dos identidades de un desmemoriado recluido en el manicomio de Collegno y al que dos mujeres de diferente extracción social, reconocieron apasionadamente como su marido.