Carlos 08/01/2018
"...¿Creéis seguir viviendo en un siglo en el que los reyes estaban, como vos os quejáis de haberlo estado, a las órdenes y a la discreción de sus inferiores?
Estoy fundando un Estado en el que solo habrá un amo...¡El Estado SOY YO!..." (Alejandro Dumas, El vizconde de Bragelonne, palabras que pone en boca del rey Luis XIV).
Estas palabras que el gran Alejandro Dumas atribuye al rey Luis XIV denotan claramente el espíritu que ronda y que constituye el fundamento y piedra angular de los regímenes totalitarios, denominación moderna que recibe aquello que, con anterioridad a la Revolución Francesa, era llamado de absolutismo, y en los cuales existe, como ya se ha dicho un solo amo situado en la cúspide de todo y el cual siquiera está sometido a la ley, puesto que su voluntad es la ley misma. Quien crea que estas palabras puestas por Dumas en boca de Luis XIV pertenecen a un pasado remoto, vive en una burbuja apartada de la realidad.
El señor presidente de Miguel Ángel Asturias (Premio Nobel de Literatura) se inscribe en la corriente que podría ser llamada como Literatura de dictaduras pues el trasfondo político llevado al plano literario da lugar a estas novelas. Mi primer contacto con este tipo de obras fue en el ya lejano año de 2001 momento en el cual no contaba yo con más de 15 años y aún cursaba la secundaria (a la que llaman instituto en España), y cuando para un trabajo correspondiente a la clase de Literatura se me asignó la lectura de Yo, el Supremo principal obra del más aclamado escritor de mi país Augusto Roa Bastos (Premio Cervantes en 1989). En esta obra, el autor utiliza el mote de "El Supremo" para hacer referencia a la figura histórica de José Gaspar Rodríguez de Francia, hombre que gobernó Paraguay en solitario desde 1814 hasta su muerte en 1840 y cuyo título oficial era Supremo Dictador de la República (así iniciaba sus documentos oficiales: Yo, el Supremo Dictador de la República del Paraguay).
Con un estilo bastante distinto, Asturias nos presenta a otro Dictador, aquí se tiene una particularidad compartida con Roa Bastos, si en Yo, el Supremo se hace referencia al dictador con el título de El Supremo, Asturias lo hace con el de Señor Presidente, sin que se asigne un nombre propio al dictador que rige los destinos del país, empero los literatos especializados señalan que la figura de este Presidente se basa en el guatemalteco Manuel Estrada Cabrera. Esta afirmación de parte de algunos estudiosos, incluido el autor de la introducción a la edición que he leído (la de que este Presidente se basa en esa figura histórica) me llevó a indagar acerca del período en que ese hombre gobernó Guatemala, tras leer suficiente, pude notar algo llamativo, y es que este dictador sin nombre no necesariamente es guatemalteco, puesto que puede ser extrapolado a cualquiera de los demás países latinoamericanos que, en algún momento de su historia, padecieron este tipo de gobiernos autocráticos.
Latinoamérica no solo es bastante homogénea en cuanto a su configuración étnica (proveniente en lo principal del mestizaje entre autóctonos y españoles) y cultural (en lo esencial seguimos las mismas tradiciones, baste con ver que, por ejemplo, la Semana Santa es festejada de manera casi similar desde Argentina hasta México), sino que la misma historia de esta región es casi convergente en el momento y forma de desarrollarse los hechos. Así, cada país que ha padecido un gobierno dictatorial puede identificarse plenamente con la atmósfera opresiva, sangrienta, injusta y dura descrita por Asturias en esta obra. Así, el dictador sin nombre bien puede ser Alfredo Stroessner, Augusto Pinochet, Rafael Videla, Hugo Banzer, Emilio Medici, Anastacio Somoza, Porfirio Díaz, Fidel Castro, Leónidas Trujillo, Juan Velasco Alvarado, Juan María Bordaberry y tantos otros.
Muchos de los pasajes de este libro me resultaron extrañamente familiares, pues mucho de lo que Asturias hace padecer a sus personajes es el vivo relato de cuanto me ha contado mi madre de la vida bajo el gobierno dictatorial (tengo 31 años, cuando cayó la dictadura de Alfredo Stroessner contaba yo con 3 años, así que no recuerdo nada) que en el caso de Paraguay había durado largos 35 años (1954-1989, fue el segundo período dictatorial después del de Rodríguez de Francia 1814-1840). Una de ellas es el cumpleaños del dictador. En un capítulo del libro, se festeja el onomástico del dictador con una gran fiesta, día de fiesta nacional, con el pueblo saludando al Líder y alabando su gobierno con encendidos discursos, pues bien, aquí en Paraguay, el cumpleaños del dictador (3 de noviembre) era feriado nacional y todos los empleados públicos, docentes, militares y policías estaban obligados a ir rendir pleitesía al dictador, quienes no estaban en la Capital debían festejar tan importante fecha en sus respectivas ciudades.
Asimismo, la opresión relatada, y principalmente las torturas (de hecho uno de los pasajes que me desgarró el alma es uno en que los militares dejan morir de hambre a un bebé para que su madre confiese algo que ni sabía) forman parte del itinerario de todas las dictaduras, al menos de las más recientes, en Paraguay, Argentina, Brasil y Chile existen sendos informes relativos a los abusos a los derechos humanos cometidos en los períodos de gobierno dictatorial, y en el Cono Sur la cuestión fue aún lejos debido a la Operación Condor que constituyó un marco de acuerdo de colaboración entre las dictaduras de Paraguay, Argentina, Chile, Brasil y Uruguay, merced al cual desaparecieron y murieron miles de personas.
La lectura de la mejor obra de Asturias fue como leer un Manual de Historia no solo de mi país sino de casi toda Latinoamérica. Debería hacerme un hueco en mis lecturas de este año para leer La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, libro basado en el cruel y sanguinario Leónidas Trujillo y quizá, La casa de los espíritus de Isabel Allende.
Cuatro estrellas pues en algunas partes el ritmo de la narración decae, pero no por ello he dejado de disfrutar con esta buena obra. Absolutamente recomendada.