Era el original de su última novela. La había titulado Calibre. 45. Empecé a hojear el manuscrito mientras Martín se levantaba de la silla. Antes de retirarse tiró el importe de su café sobre la mesa, y dijo: -Llamá después para darme tu opinión. Ni siquiera le contesté. Yo ya estaba absorto en el texto. Para mi sorpresa, el primer párrafo describía el asesinato de Fisbein. En el segundo, aparecía Mariani. Páginas más adelante, éste me llamaba por teléfono. A esa altura, ya no pude discernir la realidad de la ficción. De ahí en más, ese detective de barrio empezaría a sumergirse en una trepidante sucesión de hechos y circunstancias que, lejos de resolver el enigma inicial, lo empeoraría incluso con otra muerte.El asombroso epílogo de esa trama bordada con fineza me obligó a pedir un whisky doble. Locierto es que durante horas no pude apartar la mirada de aquellas hojas. Tras devorar la última, ya era de noche. En ese instante sentí algo parecido a la envidia: acababa de leer una historia que a mí me hubiera gustado escribir.
Romance policial