"Siento vértigo, asco, impotencia, rabia, frustación. Por un momento, se me va la cabeza y le deseo a Loveth todas las enfermedades venéreas existentes para que, al menos, pueda contagiar a los hijos de puta capaces de acostarse con una niña de dieciséis años por 30 euros en la Casa de Campo y disfrutar así de una sutil forma de venganza. Aquella fué mi primera tormenta mental. A partir de esa noche, y a medida que profundizaba en las mafias de la prostituición, toda mi personalidad y mi espíritu serían vapuleados una y otra vez, hasta pervertirse y convertirme en un individuo resentido y furioso. Estúpido de mí, en ese momento no podía ni imaginar que, menos de un año después, yo mismo seria capaz de negociar la compra de niñas indígenas de trece años para subastar su virginidad en mis supuestos prostíbulos españoles."