¿Quién desata el nudo prohibido e invade el horizonte de lectura con los deleites y tormentos de la poesía erótica? Un antólogo no es suficiente, aunque que tenga que estar justo ahí, donde el poema ocurre. ¿Los poetas solos, entonces? No, tampoco. Los poetas, el antólogo y nosotros, y ese lugar que el poema inventa. Un lugar que entra melodiosamente en unos endecasílabos de Juan Crisóstomo Lafinur proféticos de Macedonio ("¿Qué es el amor, se pregunta? Yo concluyo:/ Vivir un alma en un cuerpo que no es tuyo") o sale a la intemperie a medirse cuerpo a cuerpo con un lirismo de otra laya en unos versos de Osvaldo Lamborghini herederos de una astucia más cívica que cínica ("El amor: el Amor/ sus tableado reinos del género drama").
La erótica argentina es una línea central que ignorábamos. A cada poeta y cada lector corresponde su enigma y su catástrofe, su Beatrice orientada e indirecta como una musa hetaira. "El poeta es el que arde mientras Roma toca la lira", decía Cyril Connolly. ¿No vale la pena cambiar Roma por su palíndromo para oír el clamor que producen carne y fuego al unísono?
Luis Chitarroni
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