Todos se van

Todos se van Wendy Guerra


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Todos se van





Todos se van es la primera novela de la escritora cubana Wendy Guerra (La Habana, 1970), con la cual obtuvo el I Premio de Novela Bruguera 2006. Con el formato de diario íntimo, el relato está dividido en dos secciones: Diario de infancia (1978-80) y Diario de adolescencia (1986-90). A través de ellos, el lector comparte momentos significativos del crecimiento físico y emocional de Nieve Guerra, una especie de alter ego literario de la autora. Mientras que la primera parte —Diario de infancia— presenta un carácter fundamentalmente narrativo, que mantiene al lector en vilo en toda su desgarradora crudeza; la segunda parte —Diario de adolescencia— se acerca más a una prosa poética, donde los sentimientos, las impresiones y los paisajes interiores adquieren protagonismo. La segunda parte de la novela nos revela, además, el oficio de una escritora con una experiencia sólida como poeta. Wendy Guerra tiene en su haber dos laureados volúmenes de poesía: Platea a oscuras (1987) y Cabeza rapada (1996).
Diario de infancia son las impresiones de una niña enormemente sola, cuyo destino está en manos de la voluntad y el capricho de los adultos que la rodean. En el caso de Nieve, oscilando entre una madre de sentimientos nobles pero débil, y un padre violento y alcoholizado. La miseria espiritual y material y el castigo físico brutal a que Nieve es sometida, son relatados con un lenguaje desnudo y efectivo. Es la mirada de una niña inusualmente lúcida y sensible. Nieve no juzga, no compara, no se queja. Su lucha es para sobrevivir el día. No en vano se inicia el texto con una cita a otra precoz y entrañable escritora de diarios: Ana Frank, quien con sus conmovedores escritos ha logrado plasmar el espíritu de una época cruel mejor que muchos documentos históricos.
Diario de adolescencia abarca el período de los 16 a los 20 años de la joven Nieve, y dibujan con certeza una etapa de intensa búsqueda (de la propia identidad) y de descubrimiento (del propio cuerpo y la sexualidad). Es la vida emocional de Nieve la que ahora estará en primer plano: su proceso de construcción de la identidad y su defensa de la individualidad en el mundo fuertemente normado de la adolescencia, donde el derecho a la diferencia se paga muy caro: con la soledad y el aislamiento. Aún en los ambientes donde la originalidad es una virtud (como la Escuela de Arte a la que Nieve asiste) la norma es la uniformidad de conductas. El proceso de maduración de la joven se evidencia también en su relación con su madre, a quien Nieve ahora puede observar desde otra perspectiva. Esa mujer tan valiente y admirada durante su niñez, pasa a ser ahora más humana, menos perfecta: «¿Qué haré con mi madre, que ya es como mi hija?» (p. 188).
Uno de los puntos más intensos de la segunda parte es el descubrimiento de Nieve de su propia sexualidad. Los encuentros de la joven protagonista con Osvaldo primero, y con Antonio después, son experiencias centrales en los Diarios de adolescencia. Con ellos, la joven descubre el universo del sexo y el placer, hasta entonces desconocido. Los personajes masculinos no llegan, sin embargo, a ganar fuerza propia. Sin llegar a ser estereotipos, son demasiado anónimos; funcionan más bien como disparadores de ese espectáculo de fuegos artificiales que son las emociones de Nieve. La seguridad de la expresión lírica de Wendy Guerra se adapta perfectamente a las páginas del Diario íntimo para narrar con intensidad el despertar sexual del personaje («Ahora era yo un venado que nacía en pleno campo, envuelto en sangres y resinas, transfigurada por un bautismo de fuego, de virgen a diosa», p. 213). Algunos capítulos están enteramente escritos en verso (capítulo Touché, p. 264) y otros ofrecen indudablemente la construcción de una prosa poética (p. 265). Pero también Osvaldo, como todos los demás, se va. Y luego Antonio. Y en una casa vacía y solitaria, Nieve experimenta nuevamente el abandono: «Mi libreta telefónica está llena de rayas rojas. Ya no puedo marcar esos números. Nadie me contestará. Casi no hay gente conocida en la ciudad. Todos se van. Me dejan sola. Ya no suena el teléfono. Yo espero mi turno, callada» (p. 242).

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Junqueira
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04/07/2010 08:52:02

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